Alan Ojeda's profile

La Caída de los Brujos

La Caída de los Brujos
 
Alan Ojeda
 
El deseo voraz de conocimiento se ha convertido en sepulcro de quienes anhelan más. Los pactos con el diablo, la alquimia y la invocación de entidades oscuras son sólo algunas de las cosas que el hombre ha puesto en práctica para alcanzar el conocimiento absoluto.
 
Se sabe que en Babilonia, Caldea, Egipto y Grecia, brujos y hechiceros usaban fórmulas mágicas para contactar con las fuerzas oscuras y así poder obtener sus favores, a cambio de diferentes tipos de sacrificios y promesas que la persona debía cumplir. Estos conocimientos pasaron a los judíos durante su estancia en Egipto y se fueron mezclando y transformando con sus propias creencias a través del tiempo.
 
Algunos de los tratados mágicos más importantes, donde se tiene registro de pactos y tratos con demonios, son los siguientes libros: Las Clavículas de Salomón, El Libro de San Cipriano, El Gran Grimorio o Dragón Rojo, El Libro de la Magia Sagrada de Abra-Melin El Mago, Gallina Negra y El Gran Grimorio del Papa Honorio III. (1)
 
La mayoría se componen de instrucciones para practicar hechizos y realizar invocaciones, haciendo uso de la magia astral árabe, persa, egipcia y griega, las cuales deben su poder a la combinación de ciertas posiciones celestes, fórmulas herbolarias, sacrificios de sangre y una gran fe por parte del brujo.
 
En todo caso, el empleo de este tipo de libros siempre fue dentro de ámbitos cultos y eclesiásticos, ya que las clases populares no sabían leer, abundando en la historia referencias de condenas a frailes, monjes y clérigos por su posesión. Esta doble moral religiosa la podemos ver en el catolicismo: mientras la iglesia se dedicaba públicamente a perseguir brujos, magos y alquimistas, por sus “malas artes” y tratos con el Diablo, secretamente, en el interior de sus monasterios y abadías, se dedicaban al estudio y práctica de las artes arcanas y ocultas para obtener mayor poder y riqueza.
 
(1) Grimorio proviene del francés grimoire, y este a su vez de grammaire, que significa gramática; libros de sabiduría mágica escritos entre la Alta Edad Media y el siglo XVIII.
 
Muchas de las personas quemadas por la Santa Inquisición eran monjes católicos que sabían esa naturaleza y deseaban acabar con la corrupción; otros eran simplemente enemigos políticos o personas que estorbaban en sus maquiavélicos planes. Todos ellos torturados y ejecutados con la finalidad de quitarles sus conocimientos o como holocausto para los demonios.
 
Por esa razón, para proteger sus secretos, los católicos crearon ideas horribles sobre el pecado y el infierno, las cuales afirman que el precio de un pacto con el Diablo es la condena eterna del alma, sembrando el miedo entre los ignorantes para que a nadie se le ocurriera practicar esos procedimientos mágicos arcanos y no pudieran competir con ellos; motivo por el cual resguardaron todos los libros, para lapidar el conocimiento y asegurarse de que nadie, salvo los suyos, pudieran obtenerlo y usarlo.
 
Así es como la inquisición se encargó de sepultar la erudición universal, además de poder atribuirle a la iglesia católica el exterminio casi total de los brujos, o como prefiero llamarlos, los verdaderos sabios y místicos de la historia, ya que fueron ellos, desde antes del cristianismo, los que rompieron con una de las dicotomías más antiguas de la humanidad: el bien y el mal.
 
Tal es el ejemplo de Cipriano El Mago, mejor conocido como San Cipriano, quien antes de su conversión al cristianismo fue uno de los brujos más famosos de la historia. Nacido en Antioquia, entre Siria y Arabia, ejerció todas las artes mágicas hasta los 30 años, momento en el que se convirtió a la religión de Cristo. A través de un pacto con el Diablo, Cipriano ejerció un poder formidable sobre espíritus infernales que le obedecían en todos sus mandatos, logrando el dominio absoluto de los elementos de la naturaleza y una influencia supernatural sobre las personas, hasta que llegó el día en el que gracias a un suceso extraño, se convirtió al cristianismo: en Antioquia había una cristiana llamada Justina, de la cual un joven llamado Aglaide se enamoró, pidiéndola como esposa y siendo éste rechazado, ya que ella se había entregado por completo a las práctica religiosas de Jesucristo. Desesperado, Aglaide recurrió a Cipriano El Mago para que doblegara la fe de aquella mujer por medio de hechizos, invocando Cipriano a los espíritus para que le ayudaran en su empresa. Sin embargo, todo fue inútil. Justina resistía toda clase de sortilegios porque se hallaba bajo la intercesión de la Virgen, además de tener en las rayas de su mano derecha el signo de la cruz, la cual por sí sola tiene el poder suficiente para rechazar toda clase de maleficios y encantamientos. Lleno de frustración y furor, Cipriano se levantó contra Lucifer para reclamarle su ayuda, la cual fue negada de inmediato por el genio del Averno con la siguiente respuesta: “El dios de los cristianos es señor de todo lo creado y yo, a pesar de mi dominio, estoy sujeto a sus mandamientos, no pudiendo atentar contra quien lleve el signo de la cruz” (2). En este momento, Cipriano reniega su pacto con el Diablo para convertirse en discípulo de Cristo, logrando más adelante el martirio y su inserción en el mundo de los santos. Paradójicamente, Cipriano muere en manos de la iglesia, decapitado y acusado de herejía.
 
Lo que trato de explicar con el ejemplo anterior es la falsa moral de la religión judeo-cristiana, utilizada como arma mortal para acabar con el conocimiento a través de mentiras. En las culturas egipcia, griega, romana, india, shamánica, asiática, australiana y africana, no existe el concepto del bien y del mal, ni del pecado y el castigo eterno. Todo es un invento que sólo aparece en las religiones más radicales, las cuales descubrieron que a través del miedo podían conseguir la sumisión, tanto de las masas ignorantes como de reyes y emperadores. Falsas creencias que han condenado para siempre la verdad oculta.
 
El bien y el mal no existen, son conceptos concebidos por el hombre para subyugar la libertad del espíritu. Ningún animal mata por crueldad, venganza o egoísmo, sólo los seres humanos lo hacen. Tampoco existe la mentira, la avaricia, la gula, la envidia y demás pecados capitales entre animales y plantas. Estos males sólo se encuentran en la humanidad, y si existen es porque somos los únicos seres vivos que estamos conscientes de nuestra naturaleza mortal. El miedo a la muerte nos vuelve envidiosos, egoístas, avaros, vengativos, mentirosos, traicioneros y criminales. Qué falta de respeto hacia nuestra propia índole: echarle la culpa de nuestros males a un ente que sólo vive en el imaginario. Si tan sólo supiéramos que en otras culturas el Diablo representa la sabiduría terrenal, no estaríamos dándonos golpes de pecho al más mínimo brote de nuestro instinto animal.
 
Para los sabios todo radica en la energía, en los aspectos creativos y destructivos de los que es capaz. Como seres vivos con inteligencia, tenemos todo el derecho del mundo a conocer y emplear ambas fuerzas en nuestro provecho y desarrollo, tal y como lo hicieron los antiguos brujos.
 
(2) Sufurino Jonás, Libro de San Cipriano.
 
Durante miles de años la voluntad del espíritu se ha visto opacada por cuentos fantásticos y un sin fin de males culturales, obligando a nuestra consciencia a dormir. Ya no hay brujos entre nosotros, sabios que desafíen los límites del conocimiento sin importar las consecuencias. Muchos murieron en la hoguera y el resto, se enterraron a sí mismos con su falta de fe.
 
A más de dos mil años del Cristianismo no veo el día que la gente despierte, ni la más mínima intención de romper las cadenas que los tienen atados a la ignorancia.
 
Para mí, el conocimiento es poder, y si tengo que hacer un pacto con el Diablo para obtener la sabiduría suficiente que me haga entender cómo funciona este mundo, lo haría. Prefiero morir en la hoguera, que vivir en la oscuridad.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La Caída de los Brujos
Published:

La Caída de los Brujos

La Caída de los Brujos

Published:

Creative Fields